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Para confirmar la (a)simetría, mayo fue el mes en el que Dylan y Calamaro fueron tapa de la Rolling Stone, en sus respectivas ediciones norteamericana y argentina. Y en la tapa de la edición vernácula, Andrés Calamaro se parece cada vez más a ese Hankdrés Calamaro que imaginaron junto a Rodrigo Fresán para la época en que se editaba esa genialidad que es Honestidad brutal, justo unos años antes de que Dylan escribiera "Honest with me", con esos versos casi calamarescos:
I'm not sorry for nothing I've done
I'm glad I fought... I only wish we'd won.
Otro amigo me dice que no entiende cómo puede existir algo así como un fanatismo por Dylan. Es decir, OK, es un gran artista, un compositor notable, responsable de algunas de las letras y las melodías fundamentales de la música popular del último siglo, pero... ¿de dónde sale eso de dedicarle la vida a la exégesis de las Sagradas Escrituras dylanitas? ¿Elevar a la estatura de mito a un muchacho judío que no era hijo de un zapatero, pero que lleva el apellido de uno, y que murió y resucitó (artísticamente) unas cuantas veces? Y la verdad es que a mí nunca me convenció la militancia religiosa, la necesidad de convertir a los infieles y todo eso. O sea: no voy a hacer ningún tipo de apología de Bob Dylan, aunque sí me animaría a establecer un par de pautas para que tampoco se crea que los conversos somos algo así como fanáticos que siguen ciegamente (y sobre todo sordamente, según los detractores de la voz que carga sobre sí una corona de espinas) a su falso ídolo.
Una es que, como en más de una vez se ha señalado (y es, por otra parte, la razón por la que año a año se menciona el nombre de Dylan como candidato al Nobel de literatura), la fuente de la poética dylanita es prácticamente la totalidad del canon literario occidental. Con la salvedad de que la riqueza no se encuentra únicamente en la habilidad para entretejer citas populares y eruditas, sino, y sobre todo, en la construcción de algo así como una Enciclopedia, en el sentido en el que se habla de Enciclopedia para referirse a los poemas homéricos. En una cultura eminentemente oral como la griega de los siglos VIII-VI AC ("Antes de Cristo", no "Andrés Calamaro"), Ilíada, Odisea y en cierta medida Teogonía de Hesíodo, constituían las bibliotecas vivientes de la Antigüedad. "Vivientes" porque, lejanos aún los días en que la escritura podía oficiar de mecanismo de producción y conservación del conocimiento, esas obras sólo existían en el momento en el que se las cantaba. Y ese, me animo a sugerir, es el antecedente directo del Never Ending Tour.
Y la otra es, una vez más, la Voz. Tantas veces se dijo que Dylan y Calamaro no saben cantar, que ya parece ser hora de reconocerles que las cosas que ellos cantan así tienen que ser cantadas. Que hay, en esas voces, un intento por capturar algo que está un poco más allá de la Belleza. Algo así como "voces platónicas" que buscan la Verdad, de la cual la Belleza puede o no ser un efecto colateral. Todo parece indicar que Dylan está cada vez más cerca de ese ideal que parece haber perseguido desde siempre: llevar en su voz la sangre de la tierra, como canta en una de las canciones más inclasificables de su cada vez más inclasificable Enciclopedia.
Y yo prometí un comentario de Together through life, y todavía no cumplí.
¡Judas!
1 comentario:
Compositores prolíficos: Schubert, Calamaro. Uno tiene El Salmón y otro La Trucha. Y una trucha trucha, ya se sabe, es un bagre.
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