Dicen que entre el tango finlandés y el argentino hay más afinidades de las que se creen. Ahí están, para demostrarlo, figuras bálticas de la talla de Ommerö Maanssi o Attiliö Stampponen. Pero lo que ayer sucedió en Villa Ocampo no fue precisamente tango, aunque algo de eso hubo...
Anssi Karttunen comenzó su recital para violoncello solo con la Ciaccona de Giuseppe Colombi que, cuenta, inauguró la literatura para su instrumento. La extraordinaria habilidad de Karttunen, eso que lo convierte en, seguramente, uno de los principales cellistas de la actualidad, es su capacidad para convertir la música que interpreta en algo que, a falta de una mejor definición, calificaría de "vivo". La sensación es que su sonido es un organismo que está naciendo en ese preciso instante. Y ahora que lo pienso, esta metáfora más bien pobre tiene la ventaja de sugerir hasta qué punto pueden considerarse "hermanos" compositores tan lejanos como Pablo Ortiz, Kaija Saariaho, Magnus Lindberg y, claro, Johann Sebastian Bach.
Ahí, sin dudas, reside otra de las virtudes de Karttunen: el diseño de los programas. El recital de anoche comenzó con la Ciaccona de Colombi, y continuó con una pieza breve, Etincelles, que Kaija Saariaho escribió para el propio Karttunen el año pasado. Fueron dos miniaturas que, de alguna manera, expusieron en cinco minutos el germen de lo que vendría después. Entre esos dos extremos, Karttunen desplegó una musicalidad fuera de lo común, con puntos culminantes en la segunda parte del recital, en los que interpretó la Suite en re menor de Johann Sebastian Bach y las asombrosas Sept papillons de Kaija Saariaho, compuestas en 2000, apenas la compositora finlandesa concluyó su notable ópera L'amour de loin. Entre una y otra, Nostalgias de Pablo Ortiz fue un intermezzo exquisito. Antes, En cada verso, también de Ortiz, ya había insinuado en la primera parte del programa que la velada tendría su cuota de arrabal sublimado. En Villa Ocampo no podía esperarse menos...
Terminado el recital, entre ovaciones de una euforia genuina y, uno intuye, inesperada -creo que todos los que asistimos sabíamos que escucharíamos algo muy bueno: probablemente no imaginábamos que sería, además, algo tan estimulante- Karttunen arremetió con una improvisación a modo de bis, que poco a poco se fue fundiendo con la Ciaccona que había iniciado todo. La noche había completado su revolución, aunque hubo tiempo para otra alemanda de Bach, como para terminar de demostrar que es alrededor de él que orbitan todos los demás compositores.
Karttunen se presentará el próximo jueves junto a la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires. Lamento que responsabilidades académicas me marginen del acontecimiento, pero recomiendo fervientemente asisitir para escuchar a este músico extraordinario. El programa incluye el Concierto en Do mayor de Haydn y una par de piezas breves del crédito de Finlandia, Jean Sibelius. Vale la pena.
En la anterior visita de Karttunen, para el espectáculo Transcripción en el Centro de Experimentación del Teatro Colón (ver la foto de arriba mientras se escucha, una vez más, Nostalgias), un amigo me dijo que estábamos escuchando "a Jimi Hendrix con un violoncello". Puede ser. Lo de anoche, en todo caso, fue una demostración más de la Anssi Karttunen Experience.
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