martes, 9 de junio de 2009

Happy together


Ahora dicen que se van a juntar Dylan y McCartney para grabar un disco. Que en apenas unos meses empiezan a trabajar en la residencia californiana de Dylan en la que alguna vez el viejo Bob se juntó con otro ex-Beatle y unos cuantos otros amigotes para crear a los Traveling Wylburys. En algunas revistas, blogs y páginas varias ya se están preguntando si las canciones aparecerán firmadas como McCartney/Dylan o Dylan/McCartney. De más está decir que la segunda opción es claramente la apropiada. En primer lugar, por las evidentes resonancias a aquella otra dupla legendaria en la que el nombre de Sir Paul estuvo involucrado. Y en segundo lugar porque, ahora como entonces, el segundo lugar es el que mejor le sienta a McCartney. Y, OK, de acuerdo, esto último es una especie de agresión gratuita al bueno de Macca, pero leí por ahí que los blogs sirven para destilar odio y resentimiento hacia las grandes estrellas sin mayores argumentos que el propio capricho. Y sin embargo…

Sin embargo, interesante el tema de las colaboraciones, porque en cierto modo podría ser la introducción ideal al demorado comentario de Together through life, el más reciente item del corpus dylanita, escrito precisamente en tandem (Cursivay Quo usque tandem? se preguntarán algunos intolerantes). Un disco que alude a las compañías ya desde su mismo título y que parece estar hablando de muchas mujeres, pero que en realidad habla de muchas, pero muchas canciones. Canciones que te acompañan toda la vida. De esas que todos quieren tocar y hacer suyas. Y ahora que lo pienso, bien puede ser que, al fin de cuentas, esté hablando de mujeres.

El tema de las colaboraciones, entonces. Al comienzo se armó un pequeño revuelo cuando se supo, antes de la salida del disco, que todas las letras de Together through life menos una habían sido escritas en colaboración con Robert Hunter. Hunter, letrista de los Grateful Dead -banda de la que Dylan fantaseó en algún momento con convertirse en vocalista estable-, ya había colaborado con Dylan en un par de canciones del que para muchos es su peor disco (Down in the groove, de 1988, que a mí, dicho sea de paso, me encanta, aunque el 90% de las canciones estén en la misma tonalidad). Pero el antecedente más relevante para una colaboración de este tipo lo constituía sin duda Desire (1976), el disco que tuvo que lidiar con la pesada carga de suceder al que para muchos es no sólo el mejor disco de Dylan, sino lisa y llanamente el mejor disco de todos los tiempos, Blood on the tracks (1975). Si uno quisiera buscar paralelismos, los encontraría rápidamente: ahora, como entonces, se hablaba de un regreso triunfal y cuando apenas se habían apagado los ecos, Dylan se despachaba con una colección de bootlegs (los Basement tapes son, en rigor, el volumen cero de las Bootleg Series que se iniciaron oficialmente, si vale la paradoja, en los ’90) y un disco de canciones nuevas, contundentes, escritas con la ayudita de algunos amigos, en el medio de una gira demencial.

Así que aquí están, estas son, las canciones de Together through life. Decidí que, dado el tiempo que vengo amenazando con comentar el disco, lo menos que podía hacer era detenerme en cada uno de los tracks, y escucharlos hasta que saliera sangre.

Beyond here lies nothin’. Apertura ideal, corte de promoción y video armado con la secuencia de fotografías que culmina con la imagen de la portada del disco, de la serie Brooklyn Gang de Bruce Davidson. Ideal, digo, por su capacidad de establecer el clima del disco, su referencia a un pasado que no es visto necesariamente con nostalgia, sino que es, paradójicamente, vislumbrado cuando se mira hacia delante. Más allá no hay nada.

Life is hard. Según cuenta Dylan en entrevistas recientes, el germen del disco. Un tema escrito a pedido para la película My own love song de Olivier Dahan, que puso en marcha una vez más los engranajes. Una canción en la que Dylan suena como un crooner que ve cómo pasan los closing titles de la road movie de su vida. Y sí, la película es un bajón. Pero la banda de sonido es buenísima.

My wife’s home town. Primera gran sorpresa del disco. Una verdadera joya que Tom Waits debería incorporar a su repertorio si es que todavía no lo hizo. Y Dylan que reconoce en los créditos del disco a Willie Dixon, autor de la melodía original y uno de los principales responsables del sello Chess allá por los '50, es decir, del sonido con el que el joven Zimmerman debe haber crecido en Minnesota y al que aquí le rinde un más que merecido tributo. Las risas diabólicas con las que se apaga esta canción en la que se afirma que “mi mujer es oriunda del infierno” producen escalofríos.

If you ever go to Houston. Después de la canción anterior, este chiste se gasta rápido. Aun así, el tema tiene su encanto. Dylan parece haber dejado un corazón roto en cada ciudad de Texas –Houston, Austin, Dallas y San Antonio-, pero le pide ayuda a la policía para encontrar a esa que siempre se le escapa. Nacho Vegas diría: “Soy un cazador y sólo persigo lo que huye de mí”. Amen.

Forgetful heart. El punto más oscuro de un disco que desborda de momentos luminosos, incluso en medio de tantas despedidas, lluvias, maldiciones, asesinos seriales y el mismísimo infierno. En el resto del disco, aun entre todas las desgracias, despuntaba un sarcasmo luminoso. Acá no hay nada. El tema no habría desentonado en Modern times, casi como un epílogo a “Ain’t talkin’”: “la puerta se cerró para siempre / si es que alguna vez hubo una puerta”.

Jolene. Para mí, el punto más flojo del disco. No porque sea malo, sino porque se lo ve casi inofensivo entre tantas canciones adictivas. No sé quién será Jolene, pero eso de “yo soy el rey / y tú eres la reina” no se lo cree nadie. Dylan lo dijo mejor en los '70: todavía no vimos a nadie como Quinn, the Eskimo.

This dream of you. El único tema del disco que lleva la firma exclusiva de Dylan, y probablemente el clásico instantáneo de Together through life. La canción que parece escrita desde siempre, la que uno recuerda incluso cuando la está escuchando por primera vez. Es, además, la que permite el lucimiento de David Hidalgo, acordeonista de Los Lobos, con un sonido que remite inmediatamente al costado más tex-mex de Dylan, ese que ya había explotado en todo su esplendor en Desire. Podría ser el punto más alto del disco en lo que hace a las letras, si no fuera tan difícil elegir entre esta canción y las tres que siguen. “¿Cuánto tiempo puedo quedarme / en este café en el medio de la nada / antes de que la noche se convierta en día? / Me pregunto por qué / le tengo tanto miedo a la salida del sol. // Todo lo que tengo / y todo lo que sé / es este sueño tuyo / que me mantiene con vida.”

Shake shake mama. Una de esas canciones que servirían para explicarles a los extraterrestres lo que es el rock. Como “Summer days” o “Rollin’ and tumblin’”. Tres acordes y a otra cosa.

I feel a change comin’ on. Esta es mi favorita. Increíblemente divertida, y capaz de demostrar –una característica, dicho sea de paso, de todo Together through life– que Dylan puede ser muy, pero muy gracioso cuando se lo propone. Y el chiste no está tanto en lo que dice (aunque esta será recordada probablemente como la canción en la que Dylan canta, con todo el amor del mundo, “estás más puta que nunca”) sino en cómo lo dice. Y esta es también la canción en la que confiesa estar leyendo a James Joyce mientras algunas personas le dicen que “tiene la sangre de la tierra en la voz”. Algo parecido le decían hace muchos años, cuando también anticipaba que los tiempos estaban a-cambiando. Sólo que ahora, nos recuerda, “ya pasó la última parte del día”.

It’s all good. Mencioné antes la palabra “sarcasmo” y la verdad es que la tendría que haber guardado para este final, tan ideal como el principio. El mundo se derrumba y nosotros nos separamos, parece decir Dylan, pero nos despedimos con una sonrisa y acá el Big Bang es lo que está al final de todo. Escuchar a Dylan haciendo “whoo!” antes de la estrofa final, como si fuera un jinete del Apocalipsis cumpliendo la profecía de “Summer days”: “Me iré por la mañana / pero voy a incendiar todo como regalo de despedida.”

Y lo último que vemos es su sonrisa, en medio de las llamas.

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